lunes, 4 de enero de 2010

ENFRENTANDO DIFICULTADES

Cuando tenemos a un familiar enfermo, sea en casa, en una clínica u hospital, debemos realizar todo el esfuerzo que esté a nuestro alcance, para que esté bien atendido. Debemos comprender, el valor del sufrimiento, como un medio de perfeccionamiento. Debemos aceptar y aprender del dolor, porque la vida, está rodeada de él. Superar y dar solución a los problemas con amor y entrega, nos dará paz, por el sacrificio hecho, por el deber cumplido.

Sé sin embargo, que esto no es fácil. Muchas veces por los pocos medios con los que contamos los que debemos enfrentar éste problema, en términos materiales, espirituales o de apoyo. Por otro lado, el que tiene a cargo un enfermo, se aísla cada vez más, en parte por sus propias obligaciones y otras veces porque aquellos que también están obligados a cumplir este rol, se alejan y le dejan todo el peso de la responsabilidad a él.

Hay que tener fortaleza para enfrentar situaciones difíciles, y estar preparado para sobrellevarlas. A estas alturas de mi vida, sé bien lo que una pérdida representa. Primero el saber que no verás más a determinada persona y por otro lado la ausencia de su apoyo moral o material, y sobretodo, el saber que ésta persona, que ya no está, no ejercerá más para ti, una crítica o un halago.

Recientemente han fallecido dos personas de mi más cercano entorno. Mi prima Cecilia, hija del primer matrimonio de Cachito, quien vivía en el primer piso de nuestra casa. Ella falleció de cáncer, en Agosto del 2000. Y, apenas un año después, el 11 de Noviembre del 2001, Rafael mi hermano, como consecuencia de una enfermedad, que se lo llevó mientras dormía.

Así, nos quedamos solos, mi madre y yo, en casa con el triste recuerdo de su partida. Para mí fue muy penoso ver de cerca el sufrimiento de mi madre, que inválida, en cama, solicitó le lleven ante sus ojos el cadáver de su hijo, para despedirlo.

Un sabor amargo, dejó en nuestra familia la ausencia de Rafael. El descuido, fue lo fundamental para que muriera, primero de su parte, quien no siguió los consejos de los médicos, y por otra parte, la de su entorno cercano, quienes no nos preocupamos por él, habiendo notado que algo andaba mal. Todos pensamos, que su situación no eran tan delicada y cada uno seguimos en nuestras preocupaciones.

Su ausencia cambió radicalmente nuestras vidas. Rafael era una persona muy dedicada a su casa, y siempre estaba preocupándose por nosotros. Sus críticas, aunque a veces no me agradaban mucho, me daban luces para resolver mis problemas. El llevó una vida muy polémica. Era de grandes amores y también de grandes rencores. A veces, como que estaba ausente, y luego era un vendaval, del cual había que protegerse. Era desconfiado pero en esencia tenía buen corazón. Sufrí mucho con sus críticas y con su permanente observación de mis actos. Su celo era exagerado, tal vez producto de su enfermedad.

Era una persona solitaria, que no le gustaba escuchar consejos de nadie. Y nunca aceptó su separación de su esposa, Victoria Hernández. Tenía sus principios muy firmes, y de allí no se movía. Fue en ocasiones, muy terco y literalmente, se abandonó. No hizo caso a las advertencias y señales, que de una y otra parte le llegaron, tanto de médicos, familiares y amigos. El pensó que su tiempo se había cumplido y lo dejó llegar.

A pesar que muchas veces me hizo la vida difícil, y que desee muchas veces que me deje en paz; nunca quise en mi sano juicio, que le suceda algo así. Muchos sueños vi desmoronarse en su persona, y me daba mucha pena su fragilidad y desconfianza, que mostró hasta sus últimos días.

En casa se sucedieron algunos cambios, y antes de que se cumpla un año desde su partida dejamos la casa, donde vivíamos desde 1973. Mi madre, se fue a vivir con mi hermana Marcia, y yo empecé a vivir solo, en una habitación, que alquiló mi hermana Patricia, en casa de la Sra. Mery, en el distrito de Surco.

Al poco tiempo, mi hermano Eduardo, no fue ratificado en su empleo como vocal Superior de la Corte de Justicia de Lima donde trabajo muchos años. Patricia, mi hermana, se casó después de muchos años de convivencia con Oscar Cavero, quien ya se había hecho cargo, varios años antes, de sus dos hijas, Bárbara y Melissa.

Muchas penas y alegrías se sucedieron en corto tiempo, en nuestras vidas. La biznieta de mamá, Mariajosé, hija de Giuliana, envolvía con sus juegos a la familia, y fue la esperanza de quienes veían en ella a alguien muy especial, quien llenaba en estos momentos nuestras vidas, cargadas de dificultad; esparciendo su alegría al viento, y que nos impregnó con un dote de optimismo para seguir adelante. Ursula, la hija de Marcia, se casó con Gonzalo, a los 20 días de haber fallecido Rafael.

No es posible tener una visión clara de lo que uno quiere escribir, cuando lo que se escribe está tan cercano al presente, por ello algunas cosas las iré dejando, para contarlas luego con la debida perspectiva del hecho pasado. Tal vez sea un poco presumido, sin tener en cuenta que a veces la vida es implacable con los seres humanos. Nadie sabe cual será el tiempo de uno y nadie sabe que pasará más adelante. Sin embargo, el hecho de escribir una autobiografía en vida, acarrea algunos problemas, y corriendo el riesgo, de que mi historia tenga que ser contada por otro, creo que es más conveniente, para que en adelante organice mejor los hechos y tenga una mayor visión. Mientras tanto, no quiero dejar al lector, en una espera larga, y, por ello trataré de contar cosas que guarden relación con mi vida, y que valgan la pena ser comentadas.

Quiero dar mi visión de todo lo que observo, de los programas que veo, de las noticias que leo, de las personas con quienes intercambio información, culta o no, y en realidad de todo lo que sucede y pueda interesar.

Todos estamos interactuando en la vida y somos afectados por las acciones de los demás. Es bueno entonces, fijar cual es la posición de uno para que no seamos envueltos, dado que el oír y dejar pasar, a veces es peligroso; porque lo que parece indefenso e inocuo, se vuelve cotidiano, sin quererlo.

Parece ser que el tiempo lo envuelve todo. A su vez, cada uno es parte del tiempo y cada uno tiene su tiempo. Sin embargo, hay diversas maneras de ver y aceptar el tiempo. El tiempo corre o nos preocupa de diferente manera. No es igual para el niño, que casi no se da cuenta de él, como para el adulto que mide el tiempo, a cada instante, lo cual hace que pareciera pase más rápido e implacable.

Hay también la visión del tiempo que cura y el tiempo que destruye. Por ejemplo si andas apurado en la vida y quieres lograr metas definidas, muy ajustadas; puede ser que estés luchando contra el tiempo. Así muchas veces el tiempo nos enseña, y hace que le veamos sin tanto detenimiento.

Recuerdo algunos días, en que la espera se hacía ansiosa, y que la desesperación hizo presa de mi vida... pareciera en ése entonces, que el tiempo me arrollaba y pasaba por delante. Otras veces, te quedas viendo pasar, el hecho que esperabas, o el carro al que querías subirte... En la vida, todos siempre hemos querido conseguir algo importante, sea un título, una propiedad, un amor. Sin embargo la vida, nos lo niega. Ante ello tenemos dos posibilidades, replantear nuestro tiempo de alcance o desesperar. Si sucede lo segundo, es lo menos aconsejable. Es allí cuando el tiempo te arrolla preso de la desesperanza.

De una manera u otra, con el tiempo aprendes. El nos hace curar nuestras heridas, y nos hace replantear, a cada momento, el hecho sucedido, la vida. Nada más útil que el tiempo para restañar nuestras heridas. Es la mejor medicina del alma, para desarrollar la paciencia.

Cuánto aprendí del tiempo, y de darle tiempo al tiempo… Sin embargo éste aprendizaje no es fácil. Decirle a un joven que debe postergar algo, es una ofensa, decirle que tendrá que esperar, es decirle casi, que sus objetivos no se cumplirán. Para una persona joven, el tiempo es inmediato, es ahora. Todo lo quieren allí, cuando lo plantean, esperando la solución inmediata. Pero la vida nos enseña, que no somos dueños del tiempo y que la virtud, se da cuando uno llega a comprender que hay un tiempo para todo.

Sabias son las palabras del Eclesiastés, en la Biblia, cuando dice que todo tiene su tiempo, y que hay un tiempo para reír y otro para llorar, un tiempo para sembrar y otro tiempo para recoger lo sembrado, un tiempo para nacer y otro para morir...

El comprender esto es de gran sabiduría. Observar y saber en qué tiempo se encuentra uno. Debemos sacarle provecho a nuestro tiempo, que nos toca vivir; sea si estás en una época próspera o en una de espera. Comprender el momento que se vive y el saber esperar es una llave que abre muchas puertas.

Así se hará más fácil nuestra vida. No andaremos a la carrera, queriendo llegar a como de lugar. Así, construiremos cada paso, dándonos cuenta a donde vamos y cómo llegaremos. Si encontramos un tropiezo, sabremos enmendar el paso y retomar el camino.

Nada más dañino, que luchar contra el tiempo. A pesar de que estamos envueltos en él, debemos navegar en él como un pez en el agua, sin querer llegar más allá de lo que nuestras posibilidades lo permitan.

No quiero decir tampoco, que debamos dejar que el tiempo pase y quedarnos sin actuar; porque allí quedaremos rezagados. Pero si estar concientes de que no se puede luchar contra él. Y está, más allá de nuestros designios, el conocerlo y el retarlo.

Cada uno tenemos un tiempo y dentro de él naveguemos con esperanza y pundonor, conociéndolo, sabiendo lo poderoso que es, pero también sabiendo que es nuestro medio y que allí debemos desempeñarnos, con cuidado y con tesón. Porque el tiempo se hace con uno, y uno con su esfuerzo, puede hacer también, que los tiempos sean mejores. Esto hasta un límite, que es el nuestro; porque en si, el tiempo, no tiene límite...

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