miércoles, 24 de noviembre de 2010

CUANDO UNA MADRE SE NOS VA

Después de un largo período escribo para contarles que el día 18 de setiembre de 2008, mí madre, Genoveva, luego de estar 13 días hospitalizada, debido a una neumonía, dejó de existir, en las manos de sus hijos Marcia y Eduardo. Como todo aquel que pierde una madre, no puedo estar ajeno a la tristeza, que ello conlleva. Felizmente en éste corto periodo, en la clínica, permitió que día a día, fuera despidiéndose de su familia más cercana, quienes le acompañábamos tomándole, sus manos, dolidas e hinchadas, por el tratamiento medico. Ella con fuerza inusitada, resistió todos estos días sin mayores quejas. Con tan solo un tercio de un pulmón funcionándole, hizo que su corazón le trabajase con sobreesfuerzo, originándole gases arteriales, y además debilitándola. A pesar de que era ayudada con oxigeno desde el inicio, pasó, de cuidados intensivos a hospitalización; y cuando todos pensábamos que regresaría a casa al octavo día, presentó una arritmia, que impidió su salida y demandó una atención más cuidadosa. En esos días, el medico viendo que nada podía hacer por la recuperación del paciente, aconsejó aliviarla aplicándole calmantes que recibía en periodos cortos. En un principio, tuve la sensación de estar decidiendo por su vida, sin poder consultarle; pero luego, al saber, que ella nunca sería la misma, y que sólo sobreviría, tan sólo, con auxilio mecánico, comprendí que sería egoísmo, extender su vida unos meses, por el afán de solo tenerla con vida. Sólo así comprendí, lo acertado de las indicaciones médicas, que una autoridad de la clínica Ricardo Palma en Lima, el Dr. Cesar Villarán, había tomado. Cabe expresar, el agradecimiento, en nombre de la familia, por su fina atención y por las facilidades que nos otorgó.
 
Por otra parte, pude llevarle en esos días, un sacerdote a la clínica quien le impuso los santos óleos y reconfortó su existencia y alma. Desde aquel momento se le notó más tranquila y se preparó, para dejar lo material, con resignación, pero con gran esperanza. A veces creemos que la tía Cachito quien murió el 3 de setiembre último, la llamó pronto a la nueva vida, para estar juntas como siempre lo habían hecho y ahora por siempre en la eternidad. Mamá, fue velada en el velatorio, de la iglesia Nuestra Señora de Fátima; iglesia, donde ella misma nos llevaba de niños en nuestro antiguo barrio miraflorino. Su rostro sereno rodeado de muchas flores reflejaba, que se fue en paz y agradecida, con la vida. Se despidieron ante ella sus hermanos Alipio, Guillermo y Graciela; así como sus hijos Marcia, Eduardo, Pedro y Patricia, también se encontraban, sobrinos, nietos y muchos otros, relacionados en general.

Ayer sábado 20, fue cremada y sus cenizas, dentro de una urna de mármol, enterradas en el cementerio de Jardines de La Paz, en la Molina. Se fue pues, con 86 años, una mujer ejemplar, un alma limpia y purificada, en sus casi 15 años que permaneció en cama. Ella siempre fue cuidada por sus buenas enfermeras Karen, Flor, Doris, Santa, Susana, y otras; quienes en diferentes períodos la atendieron con esmero y dedicación. Genoveva Agusta, fue ante todo un alma buena y justa. Una persona que no sabia hablar mal de los demás; y donde, ante todo juicio que emitía, imperaba la prudencia. Una persona que en su vida se dedicó con esmero a hacer el bien, y estuvo dedicada a los suyos y a quien lo necesite. Una persona que a pesar de no concluir mayores estudios, tenia una sabiduría innata, por su corazón noble y experiencia de vida; que le ayudaba siempre, a su buen proceder. Una madre como pocas, que supo ganarse a quienes la rodeaban de su cariño y afecto. A ella mi gratitud y reconocimiento, por todos esos momentos, que le tocó atenderme. En ella, buscaré de ser su émulo; y con ella, con su recuerdo, viviré siempre.

Dice la Biblia, que hay un tiempo para todo. Tiempo para cosechar y tiempo para sembrar, tiempo para vivir y un tiempo para morir; así sucesivamente, para todo hay un tiempo. Y de la misma manera, cuando vemos nubes oscuras, sabemos que ha de llover; parece que por lo que sucede a mi alrededor, asoma ante ella, una etapa de cambio, de madurez.

Sé, sin embargo, que todo cambio se da con movimientos, y que ello, puede traer alguna inestabilidad. A pesar de ello, avizoro un futuro mejor para mí. Hace poco más de un mes, tenía cerca a mi madre, y tan sólo con saber que podía llamarla, me daba fuerzas. Ahora, que no la tengo y extraño, pienso, que quisiera tenerla cerca. La vida, nos enseña, que aquí en nuestra Tierra, nada es eterno y que todos somos aves de paso. No tengo la tristeza, que muchos pudieran suponer, ni tampoco, aquella que sentí, a mis 19 años, cuando mi padre, se fue a la Casa del Cielo.

Ahora, más bien, cuando he alcanzando algún sosiego en la vida, cuando tengo una mano amiga estrechando la mía; me doy cuenta, en todos los campos de mi vida; que empiezo a reorientarla en el sentido correcto. Van quedando atrás penas y tristezas, y empieza una etapa de responsabilidad. Dejo en el camino, hábitos, y conceptos mentales, que impedían mi despegue. No hablo, de un cambio financiero, ni digo que he entrado en una etapa de bonanza. Lo que quiero decir, es que una nueva visión de la vida, me enseña como actuar, en campos donde siempre cometía los mismos errores. Quiera Dios, que esta etapa, se prolongue, y que ella me enseñe, cómo llegar a ver la Tierra Prometida. Por el momento andaré por la vida en mayor armonía con los demás, meditando, para realizar siempre, lo bueno y mejor. Aprenderé a aceptar las decisiones y no forzaré situaciones.

Creo en la frase dejar hacer, dejar pasar, como medio de arreglar, lo que parece no tiene futuro. Me alegro por lo que sucede y no cuestiono lo que me es imposible cambiar. Ahora dejaré al tiempo hacer lo suyo y no trataré de luchar contra el tiempo. La vida es tan corta, que nuestro esfuerzo, se hace inútil si luchamos contra la marea. Hay que cambiar y luchar con y por lo que está en nuestras manos hacer. Dedicar nuestro mejor esfuerzo en mejorarnos nosotros mismos. Así cambiaremos al mundo, siendo sensibles y dando sin esperar nada a cambio. Que linda es la vida, donde se ve la ayuda, y no la de aquellos, que atesoran, creyendo que algo se van a llevar.


Pasó un año de tu partida y es como si aún estuvieras aquí, casi estoy pensando, que aún sonará el teléfono para saber de mí; aún me inquietan tus preocupaciones de saber cómo estoy y aún tengo la imagen viva de tu rostro tierno y bondadoso. A muy pocas personas conocí con tu sabiduría, ese conocimiento que no se adquiere con leer libros, ni en universidades, aquel aprendizaje que se obtiene por vivir con bondad la vida, aquella vida, que no te fue fácil, en ningún momento, porque como pocos saben, a los doce o trece años, ya cumplías obligaciones en casa, para con tus hermanos, huérfanos de padre tempranamente. Tampoco te amilanaron las enfermedades que tuviste, ni que tuvieron los que estaban cerca de ti. Con fuerza estoica siempre avanzaste en la dirección correcta. No he encontrado persona, que supiera actuar tan bien como tú, que nunca se amilanará ante la adversidad, y que más bien la lleve, con hidalguía, con serenidad y podría decirse que hasta con alegría.

Tal vez sí, quisiera saber cual era tu secreto, y creo, éste se llamaría prudencia. Enfrentabas la vida con pisada firme, sabiendo adonde ibas. No te parcializabas con tus hijos. Si había críticas, las hacías, y no permitías nada indebido.

Ahora que el tiempo pasa, se valorar tu compañía. Esa compañía que aparentemente necesitabas en tus últimos años de vida, por la enfermedad que te tuvo, por casi 15 años, postrada en cama; pero más bien eras tú, la que desde tu lecho, eras el pilar, el pedestal, de tu familia.

Ahora que ya no estás, ya no nos une tu presencia, tal vez cada uno hace su camino de diferente manera, tal vez a mis hermanos casi no los veo, pero así es la vida cuando nos hacemos mayores; la suerte que tenemos, es la imagen de esa madre noble y generosa, que como vela imperecedera, aún alumbra nuestras vidas, con tus enseñanzas y modelo de vida.

Genoveva, que partiste el último 18 de setiembre, para que celebremos tu Misa del mes, el día del Señor de los Milagros, al cual eras fiel devota, espero que desde el Cielo veles por nosotros y por todos a quienes querías, y ahora que sabes que te extraño, ayúdame a ser mejor, para que sea un instrumento tuyo en el cumplimiento, de todo aquello, que no pudiste realizar. Ruego a Dios, me ayude a no defraudarte y me permita seguir con tu estilo de vida, que tantos parabienes trajo para los que estuvimos a tu alrededor.









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