domingo, 27 de septiembre de 2009

UNA NUEVA ERA

En el año 1980, reingresé a la Universidad pensando, que me serviría como terapia y alejar así, todos aquellos temores que se habían apoderado de mí. Enfrenté, el hecho de saber que muchas personas se habían enterado de cosas que pertenecían a mi intimidad y el hecho de haberme quedado rezagado en mis planes.

El 8 de agosto de 1981, se casó mi hermano Eduardo, con Patricia Suárez Clausen, en la capilla de la Iglesia de San Pedro, en el centro de Lima. Con el tiempo tuvieron cuatro hijos, llamados Juan Luis, Estefanía, Andrea y Silvana.

Patricia mi hermana, se casó en 1982, con Jorge Pérez Hidalgo, y tuvo dos niñas, llamadas Bárbara y Melissa; ellos, vivieron con nosotros un tiempo.


En octubre de 1982, empieza una nueva era para mí. Conseguí un empleo como cajero, en el Banco de Crédito en Lima. Estaba muy alegre y no podía ser para menos, después de tantos problemas, entrar al banco número uno del país, no era poca cosa. Allí estuve muy a gusto durante los primeros años, y logré compartir gratos momentos con buenas amistades, en una actividad seria y que exigía responsabilidad. La experiencia que tenía en caja, y la corta carrera universitaria me favorecieron para conseguir el empleo. Al ingresar al banco suspendí los estudios universitarios, pues era muy difícil para mí, hacer ambas cosas, más aún si recién salía de un tratamiento prolongado. La verdad, que el banco, absorbía todo mi tiempo, especialmente, cuando iniciamos un período de preparación, en la escuela de capacitación.

Al termino de ésta, se me asignó para trabajar como operador de teleproceso o más comúnmente, como cajero.Se respiraba un espíritu de competencia y se notaba cierta frescura en nuestro equipo, dada la juventud de muchos de mis compañeros. Nuestra sección era una de las más grandes, en la oficina principal de Lima, en Lampa. Aproximadamente unas 20 o 30 personas trabajábamos en un amplio recinto de atención al público. Habían 4 ó seis supervisores que controlaban a su vez a 4 cajeros cada uno. También teníamos a un Jefe de todos, el Sr. Cárdenas.

Al poco tiempo de ingresar fuimos testigos, que en el banco, la competencia y la lucha por lograr metas, llevó a algunos a utilizar métodos ilícitos para lograr sus fines. Aquí, yo viviría situaciones desconocidas para mí hasta entonces. El jefe de nuestra sección fue separado por descubrirse irregularidades. Comprometió a varios funcionarios del Banco, así como a varios cajeros, en cuyos terminales aprovechaba, para realizar operaciones no autorizadas. En la sección, fuimos investigados durante varios días. Para ello utilizaron métodos denigrantes, propios de una policía secreta en época de guerra, sin considerar que éramos jóvenes que hacía poco habíamos llegado a ésta institución.  A pesar de que salí bien librado de la investigación, quedé advertido de lo peligroso que es trabajar con dinero; más aún cuando se desconoce con quien se trabaja.

Sin embargo, en el Banco, también pase momentos de alegría y además me reportó muchas satisfacciones. A pesar de que no tenía un sueldo importante, me permitía tener ciertas comodidades. También realicé algunos viajes cortos, como a Huaraz con Lucho Palacios, done visitamos, la laguna de Yanganuco, El callejón de Huaylas y la ciudad de Yungay, desaparecida a consecuencia del aluvión ocasionado por el terremoto del año 1970. También conocí Caraz, Carhuaz, así como la Central Hidroeléctrica del Cañón del Pato, ubicada justo en la unión de la cordillera Blanca y Negra en los Andes peruanos. La visita a la Hidroeléctrica fue posible gracias a la gestión de un funcionario de ELECTROPERÚ, quien era parte del grupo turístico en que viajábamos e intercedió para que nos dejasen pasar. En esos días el acoso terrorista empezaba a hacerse sentir y las empresas tomaban sus precauciones.

En la ciudad visitamos el museo y las ruinas aledañas. Tomamos también un tour que nos llevó a Chavín de Huántar. Quedé impresionado al ver el lanzón monolítico que allí se exhibía. El viaje a Chavín fue largo y el paisaje impresionante. Pasamos en el camino a orillas de una laguna muy bella y un paso arriba de los 4,000 metros de altura. Atravesamos para ello un túnel para descender a Chavín. Mi primera impresión fue encontrar un lugar muy pobre y muy poco cuidado. Pero al entrar a las cavernas de las ruinas sentí la sorpresa y admiración por la gente que había vivido allí. Las galerías tenían un adecuado sistema de ventilación y drenaje de agua. En este viaje me divertí y conocí mucho. Al regreso comimos truchas, en una casa rústica cerca de la laguna.

Años después, visité a Ricardo, hermano de mi mamá quien vivía en Huánuco. Viajé con Carlos Enrique Graziani, compañero de colegio. Fue la primera vez que subí a un avión. La nave era un Focker, que aterrizó en una pequeña pista. El aeropuerto era prácticamente una casa. Un taxi nos llevó a casa de mi tío. Allí visitamos la ciudad y las ruinas de Kotoch. No pudimos ubicar la representación de las Manos Cruzadas. El estado de conservación del complejo dejaba mucho que desear. Fuímos a pie; pero al regreso conseguimos ser transportados a casa en una camioneta. Viajamos con mi primo Moisés a Tingo María. El trayecto es muy bello. Se puede apreciar como cambia la vegetación de un sitio semi árido, que es Huanuco, a la vegetación propia de la selva. La carretera marginal estaba muy buena, aunque había tramos en mantenimiento. Al margen de ella se veían árboles muy altos que serpenteaban un río. Cuando llegamos a Tingo visitamos el Hotel de Turistas. Al poco tiempo empezaba una llovizna. Al rato se desató una lluvia impresionante. El taxi que nos llevaría de regreso fue tomado por otra persona. Su chofer, al vernos, y sabiendo que nos había ofrecido retornarnos, nos ayudó a conseguir otro carro. En la carretera no se podía ver casi nada por la lluvia. Parecía que una cortina de agua iba delante del automóvil. La lluvia duró casi todo el trayecto. No pudimos conocer la Cueva de las Lechuzas, pero sí vimos la Dama o bella durmiente, dibujada en los cerros, al pie de la ciudad. El pueblo de Tingo María es pequeño. Basta caminar pocas cuadras para recorrerlo. En una tienda nos ofrecieron cabezas reducidas, cosa que desde luego no aceptamos.


Eran tiempos, de fiesta, diversión y osadía. Por ejemplo, luego del matrimonio del hermano de Javier Cossío, salimos el grupo de los siete, en dos carros, siguiendo al carro de los novios para gastarles una broma; luego de un rato, los perdimos de vista. Al poco tiempo, contactamos un grupo de chicas que iban en su automóvil. Luego de una breve conversación, de carro a carro, acordamos ir con ellas a una discoteca. Cuando nos dirigíamos por la avenida Arequipa cerca de ellas, otro grupo de muchachos, menores a nosotros, empezaron a fastidiar a las muchachas que nos seguían. Al acercarse a nosotros, desde su carro nos dijeron algo, y sin mucho diálogo, Javier les lanzó un escupitajo, que le cayó en la cara a uno de ellos, poniéndose furiosos y retándonos a una pelea. A pesar del estado, en que nos encontrábamos, y más bien debido a ello aceptamos, sin advertir que venía más gente, en otro automóvil, por lo que en ese momento, nos superaban en número. Esta es la única pelea campal en la que he tenido parte en mi vida y de la que salí con un golpe en la cabeza por una patada que recibí de alguien. Quedé atontado, tendido en el suelo, donde recibí algunos golpes más, hasta que Alfredo los persuadió para que allí terminase todo. Minutos después, fuimos a la discoteca con las chicas. El día lunes fui a trabajar con algunas magulladuras contando el episodio despreocupadamente.


En el año 1985 viaje con Gustavo al Cuzco. Lo hicimos primero en ómnibus hasta llegar a la ciudad de Arequipa. Permanecimos allí los días de fiestas patrias 28 y 29 de julio. Dos cosas que me impresionaron mucho fueron el calor que había en esos días la ciudad y que casi llegó a los 30 grados; y la escasa cantidad de personas que se veía en las calles. Pudimos conocer el volcán Misti y otros sitios cercanos. Visitamos el convento de Santa Catalina y algunos templos. Recorrimos la campiña y almorzamos en un sitio campestre y estuvimos alojados en el hostal llamado "la Casa de mi Abuela".


Viajamos por tren hasta Puno. Recorrimos el lago Titicaca en un bote a motor. Luego de casi una hora de navegar llegamos a la isla de los Uros. Compramos artesanía bordada por ellos. En la ciudad visitamos Sillustani y observamos las Chulpas, o tumbas funerarias que allí se conservan. Pude ver un reptil dibujado en una de las piedras que captó mi atención. En Puno pasamos dos noches. El primer día estuvimos alojados en el Hotel Internacional y luego pasamos al hotel El Ferrocarril, para estar más cerca de la estación del tren.


En la mañana partimos hacia el Cuzco, también en tren. Recorrimos el valle del Urubamba. Pasamos por Sicuani donde compré alguna artesanía. En el valle nos señalaron la naciente del río. Vimos como crece su caudal a medida que se desciende al Cuzco. Aquí pasamos aproximadamente 6 días. Para conocer algunos puntos de la ciudad y sus alrededores, tomamos tours cortos y recorrimos muchos sitios. En un primer tour visitamos la fortaleza de Sacsayhuamán, Puca-Pucara, Quenco. Nos internamos en el valle sagrado de los incas para conocer Ollantaytambo, las andenerías en Pisac, y otras ciudades cercanas como típicas Chincheros. Un segundo tour fue necesario para conocer Pikillacta, y la iglesia de Andahuaylillas. En ese viaje pude comprobar lo mal que están custodiadas las riquezas de las iglesias. Tal como me lo había dicho una amiga cuzqueña, cuando estudiaba en el británico, en Lima, sólo era necesario darle una pequeña propina al guardián para que abriera la custodia de la Iglesia y nos muestre sus valores.


Hablar de la ciudadela de Macchu Picchu, en el Cuzco, es algo muy emocionante, y para describirla puede ser insuficiente lo descrito con palabras. Es impresionante la majestuosidad del lugar y cuando uno llega, poco a poco se apodera de uno un sentimiento de admiración, tanto por su belleza como por lo imponente de su realización. Para acceder a ella, hicimos el recorrido en tren, desde la ciudad del Cuzco. En la localidad, subimos en los ómnibus que se encontraban dispuestos en la estación para tal fin. Tomé muchas fotos embelesado por su belleza. Fue en un día nublado, y esto le daba un aspecto místico, espiritual. Para mí el lugar posee algo mágico y que inspira respeto. Es increíble lo inaccesible del lugar y la ubicación estratégica donde fue construido. De alguna manera, fue hecho así, para dar protección a los que allí se encontraban, en tiempo de la conquista hecha por los españoles. Estuvimos pocas horas en el lugar y almorzamos en el Hotel de Turistas. Creo que no fue suficiente un día para recorrerla totalmente; pero sí para comprender la grandeza del Imperio de los Incas y la importancia del pueblo que edificó tan grande monumento, ahora patrimonio de la humanidad y maravilla del mundo.


Pasó el tiempo, y considerando la desfavorable y riesgosa situación laboral, hice todo lo necesario para ubicarme en otra sección. César Roca, que era ahora, mi nuevo jefe en Caja, me advirtió de la responsabilidad de ése puesto y de los problemas que me sobrevendrían. A pesar de ello, decidí continuar con mis gestiones para el cambio. Obtuve una cita ante la Gerencia con el señor Muñoz. Al entrevistarme, me habló en el mismo sentido que lo había hecho César; le dije que me sentía capaz de ejercer el nuevo puesto. Luego de un tiempo, ante la necesidad de personal en la División de Bolsa y Cambios del Banco, autorizaron mi traslado, a la que se consideraba la mejor sección, especialmente en cuanto a compensaciones económicas se refería.


Luego de una entrevista, con el Sub Gerente del Área, el señor Walter Bolarte, fui asignado a una tediosa y sacrificada labor en la bóveda, lugar donde llevamos a cabo la mecanización y sistematización de los valores y títulos del Banco, compartiendo ésta labor con Bruno Alessi, Carlos de Trazegnies, Ronald Yankke, Virgilio Wong: También participaron, otros empleados de la sección Valores, con quienes compartimos el trabajo. Nuestra labor era clasificar títulos, contar bonos y realizar operaciones manuales de suma y verificación. Las condiciones del trabajo eran poco agradables. La bóveda era fría y tenía poca ventilación. Era muy distante de lo que había imaginado. Además de ello, la situación económica empeoraba cada día en el país. Eran los años 1986, 1987, y ante la crisis que ya imperaba por el desgobierno aprista, decidí dejar de fumar.

Pronto nos dimos cuenta, que el trabajo en la bóveda, era un lugar de castigo para todo aquel que se enemistaba con el Gerente Ferrogiaro. Virgilio Wong, no llegó a ver el trabajo concluido pues murió de cáncer poco tiempo después. La señora Estela, secretaria del Gerente, también falleció en esos días. Toda la sección, sabía de las imprecaciones y malos tratos que ella recibía. La señora Estela, sin embargo, era una persona muy noble y distinguida, porque supo hacer oídos sordos ante sus palabras. Definitivamente alrededor del Gerente había un mal aura que se sentía como una sombra. Hacía poco tiempo que Enrique García, había salido de la sección humillado por Ferrogiaro y murió en un accidente. A Enrique lo conocí justo antes de mi cambio en la sección Caja, donde fue trasladado. El trató de desanimarme, respecto a mi solicitud de cambio. Luego comprendería, que éste señor gerente, era una mala estrella para todo aquel que se cruzaba en su camino. Logré evitar convertirme en la siguiente víctima, de esta racha de malos augurios; pero no pude evitar perder el equilibrio emocional. Estar cerca a él, se hacía intolerable; y el temor del que era presa toda la sección era evidente. Esto lo percibí apenas ingresé, y aunque lo subestime, creyendo que no me alcanzaría ésta mala vibra, se apoderó de mí el temor en grado extremo, y ésto, a pesar de que nunca tuve un entredicho con él. El maltrato psicológico del que hacía uso generalmente, generó en mí un sentimiento de impotencia, temor y desánimo.


Recaí en mi enfermedad después de cinco años y fui internado en la clínica San Isidro, especializada en ese entonces en tratamiento psiquiátrico, la cual tenía convenio con el Seguro Social. Allí pude apreciar el maltrato de su personal hacia el paciente que se atendía. Recuerdo el día que llegué y de cómo me envolví, en una pelea con varios enfermeros, quienes luego de ello, me sedaron por muchas horas, para hacer la cura del sueño. Observé también cómo muchas veces provocaban al paciente, mediante la inadecuada administración y suministro de las medicinas, con lo cual lograban su empeoramiento o estancamiento. A éstas clínicas, por su convenio con el seguro, les convenía retener a los pacientes para lograr mayores ingresos. Estuve internado algo más de dos meses, tiempo durante el cual tuve licencia por enfermedad en el Banco. Esto constituye un triste recuerdo para mí y estoy seguro, para muchos de los que tuvieron que atenderse aquí.


Retorné nuevamente a la bóveda de valores, pero pronto me di cuenta que éste lugar ya no lo podía tolerar, y aprovechando mi convalecencia pedí ser cambiado de puesto dentro de la misma sección, a lo que accedieron. La nueva labor era más tranquila, pero me encontraba, más cerca del gerente, lo que era un verdadero peligro; además, continuaba en una labor rutinaria, tediosa. Ocupábamos un área del tercer piso del local situado en la calle Lampa. Como dice el refrán "no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista", se cumplió con éste señor de apellido italiano, y se fue al extranjero, para no volverlo a ver más. El ruego silencioso de muchos de la sección se cumplió. En su reemplazo se sucedieron hasta dos gerentes, Federico Muhletaller y Reynaldo Chiarella. Y como era de suponer, la atmósfera interna, mejoró casi de inmediato.


En el país se vivían momentos intensos; el presidente en ejercicio del Perú, Alan García, pretendía estatizar la Banca. La mejor salida que encontraron los accionistas del Banco, fue transferir sus acciones a los trabajadores, para lo cual, firmamos documentos, para la compra de un determinado número de acciones.


En los años siguientes el malestar de la población se generalizó. A la inflación galopante y sideral, se sucede, la escasez de productos y colas por conseguirlos, la especulación en la comercialización de muchos bienes, el caos en el transporte colapsado por la falta de unidades nuevas de reemplazo, las huelgas, los cortes de agua y luz casi todos los días. Todo generó un clima donde la violencia aumentaba cada vez más y tuvo su máxima expresión con la aparición del terrorismo salvaje, con su secuela de destrucción y muerte. En ese entonces, parecía que estábamos viviendo los tiempos de las plagas bíblicas, y el malestar era generalizado. En cada esquina se sentía inseguridad y tensión. Los vendedores ambulantes se habían apoderado literalmente de las calles. Los atentados terroristas eran numerosos. Los que íbamos al centro de Lima, padecíamos un verdadero martirio.


En ese contexto, a mediados de 1988, la División de Negocios Empresariales, se trasladó a la nueva Sede Central, en la Molina. Para facilitar la llegada puntual de los trabajadores, el Banco dispuso varios ómnibus, que nos recogían a lo largo de la avenida Javier Prado, y que por motivos de seguridad, se les retiró al poco tiempo, el logotipo del Banco. Un año más tarde, se celebró el Centenario del Banco de Crédito con una gran fiesta y se otorgó algunos incentivos a los empleados, además de algunos recuerdos, tales como una medalla conmemorativa.


Iniciado el gobierno del nuevo presidente de la República ingeniero Alberto Fujimori en 1990, se produjo un ajuste económico denominado "Fujishock", que generó desconcierto entre la población del país porque en su campaña dijo que no lo haría. El Banco reajustó inmediatamente los sueldos de sus empleados. De igual manera, se habían dado algunas reformas legales que modificaban el uso de divisas y la transferencia de acciones. Desde ese momento los empleados podíamos negociar en Bolsa nuestros certificados de acciones.


El Banco ejerció presión indirecta para la recompra de acciones en poder de los empleados y adoptó como política de personal, mantener bajos nuestros sueldos para así obligarnos a venderlas. En poco tiempo, el control del Banco fue retomado por los antiguos accionistas.


El 5 de abril de 1992, el presidente Fujimori decide autoritariamente disolver el Congreso con el apoyo de la cúpula militar. De esta manera comienza a concentrar el poder y debilita la democracia. Se inicia la lucha de la oposición como respuesta al proyecto autoritario. El discurso político se encontraba muy caldeado. Dos personas se auto proclaman como presidentes: el presidente del Congreso cesado, Ramírez del Villar; y Luego San Román, vicepresidente de la República. Sin embargo el respaldo internacional indirecto consolidó poco a poco el régimen.


Casi en esta misma fecha, decidí renunciar al cargo en el Banco por voluntad propia, cumpliendo un deseo postergado por varios años. Considero que fui incapaz de sobrellevar la vida agitada de la sociedad y la natural presión del trabajo. Ahora, fuera del trabajo tenía más tiempo para dedicarme a la compañía y atención de la enfermedad de mi madre, que me preocupaba. Me dediqué en casa a labores del hogar. Por otra parte, sentí que había perdido algo importante, tanto por la seguridad económica, como por la protección de la seguridad social contra accidentes y enfermedades.

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