jueves, 22 de enero de 2009

LOS TURBULENTOS AÑOS 70´s

Sin embargo, alrededor de mis diez u once años de edad, el mundo ideal que tenía como entorno, fue sacudido por los hechos de la realidad que me tocó vivir. A ésta edad, ya era consciente de las estrecheces económicas, que padecían mis padres, y el esfuerzo que hacían para afrontarlas. La comparación que hacía, con la situación tan diferente que se vivía en casa de los padres de mis amigos, también me causó preocupación y angustia. Y me dolió mucho más aún, cuando Ricardo, mi mejor amigo, se mudó de barrio. Desde allí, nada fue igual, aunque al principio, iba a su casa a visitarlo, poco tiempo después, dejé de hacerlo. Así fue como empecé a refugiarme en mi mismo.


Por otra parte, la inestabilidad política, originada por el golpe de estado del 3 de Octubre de 1968, contra el Presidente constitucional de la República, el arquitecto Fernando Belaúnde Terry, empezaba a afectar la vida de las personas. La situación económica y social se tornó cada día más difícil, tanto para nuestra familia en particular, como para el país. A mi padre, que era empleado público, ésta realidad, le fue muy dura; y a pesar de su buen carácter, los cambios que se sucedieron rápidamente en el país, alteraron su ánimo.


Nosotros alquilábamos la casa en que vivíamos a un miembro de las fuerzas armadas. Se voceaba, en esos días, que el gobierno de facto, impuesto por el general de cuyo nombre no quiero acordarme, daría en propiedad las casas alquiladas a sus inquilinos congelando los alquileres; en precaución, el propietario nos pidió la casa, con el pretexto de vivir en ella, cosa que no hizo.


Marcia, se casó con Yolvi Senno Salazar, el 18 de Junio de 1969. Yolvi, fue mi padrino de confirmación, pues era una persona buena, y me caía muy bien. En casa celebramos el matrimonio con una pequeña recepción para la familia y amigos. Esta reunión fue también nuestra despedida de la casa. La tristeza de saber que pronto saldríamos, fue mitigada, momentáneamente, por las nupcias que trajeron mucha alegría a nuestra familia. Sus hijos, fueron los únicos nietos que mi padre conoció, ellos son Giuliana Verónica, Yolvi Eduardo, Christian Alexis, mi ahijado de nacimiento, y Ursula María, que se constituyeron para mí, en casi unos hermanos menores.




Este mismo año, nos mudamos a la casa ubicada en la tercera cuadra de la calle Coronel Inclán, también en Miraflores. Esta casa era más chica y calurosa, además no teníamos acceso fácil a la azotea, y por ello, ya no era posible jugar y criar animales como antes. La zona, resultaba algo más popular, y bulliciosa. Sentí, la ausencia de mis amigos con mayor intensidad, aunque aquí también tenía amistades, por lo cercano que quedaba a mi colegio. Me alejé de los amigos de la niñez y desde entonces nos vimos muy poco.


Nosotros ocupamos los altos, en el 336; y mis tíos Enrique y Cachito, con su familia, los bajos, en el 328. Esta casa, fue dividida, arreglada y reconstruida aceleradamente, antes de nuestra llegada y ante la urgencia de desocupar la casa donde vivíamos. Ahora, la abuela Josefina, ya no podía vivir con nosotros, porque no podía subir bien las escaleras debido a su gordura y a una lesión en el pie izquierdo, que se había lastimado años antes. Ella vivió con Cachito, y siempre la visitábamos, especialmente mi papá. Sin embargo la abuela subía a almorzar con nosotros una vez por semana, haciendo un verdadero esfuerzo.


Me doy cuenta ahora, que en aquellos días estuve envuelto en un estado depresivo, y que tampoco fue observado por mis padres y familiares cercanos. Los hechos que acontecían y que yo no podía cambiar con mis limitados recursos y capacidades hicieron que afloren sentimientos de impotencia, tristeza, rabia y pena. Ante ello, busqué refugio en la radio, y en la soledad. Pasaba las horas escuchando música, tendido en la cama, siguiendo las noticias de la guerra del Vietnam. La música y canciones me alejaban de mis problemas y me hacían vivir sueños no realizados. La adolescencia es una etapa fundamental en la vida, donde hay que guiar al niño o joven para que sea independiente. Hay que hacerle comprender, que en la vida no todo gira alrededor de él; sino que tiene que salir al encuentro de los amigos cuando éstos por hechos comunes y normales, se han alejado. Sin embargo para ello, me faltó en esos días carácter y decisión, y deje irse a mis amigos como se van las hojas arrastradas por el viento.


Al mismo tiempo inicié la afición por la colección de estampillas. La filatelia es un arte que demanda mucho tiempo, y en ese entonces, éste me sobraba. Esta actividad acompañó mi soledad, aunque fomentó aún más mi individualismo. También me exigió orden y paciencia y me demandó realizar planes para conseguir mis objetivos. A pesar, que en su momento le reconocí alguna importancia, luego de muchos años, me di cuenta que su práctica era absurda y decidí vender mi colección en unos pocos soles. Todo el esfuerzo que me había costado conseguirle, tanto en tiempo como en dinero, lo remate por menos de 30 soles en el parque de Miraflores. La verdad que quise romper con el pasado y dejar atrás todas esas horas absurdas metido entre papeles con la ilusión de algún día venderlas.


Estoy convencido también, que es bueno tener alguien a quien contarle sus cosas, problemas e inquietudes; pues muchas veces uno, cuando se queda callado, no ve las cosas en su justo significado, lo cual no ayuda, a resolver y aclarar, en forma oportuna, el problema que la situación plantea. Ahora comprendo que la costumbre que tenía de ir a llorar solo debajo de la cama hasta que alguien fuera a buscarme para darme consuelo, no era muy saludable; como tampoco lo era, el escuchar entristecido, canciones, por horas y horas. Casi nunca acostumbré contarle a alguien de mis cosas. Era una manera muy diferente de ver la situación. Hoy en día, los padres están más preparados para estar al lado de sus hijos y preocuparse por sus inquietudes.


La opinión de una persona mayor, que pueda ser nuestro consejero y amigo, es muy importante. Nos dará una visión compartida, que servirá para apreciar el hecho desde otro ángulo. Lo ideal es que ésta guía o consejo provenga primordialmente de los padres y sólo a falta de ellos, el rol debe ser asumido por un familiar cercano, maestro, sacerdote o amigo, quienes estarán atentos en fomentar las buenas amistades y sana conducta.


Me considero una persona introvertida, que no le gusta contar sus problemas a nadie. Tan sólo cuando requerí ayuda profesional lo hice en alguna medida; aunque al principio, tampoco en la debida forma. Tal vez me sinceré, mucho tiempo después, cuando conocí personas amigas que me escucharon, y a la vez ayudaron a aceptarme a mí mismo.


Durante mi permanencia en el colegio, considero que fui un buen estudiante aunque pude ser mejor. En cuanto a las calificaciones, estaba generalmente entre los 15 primeros, de cincuenta alumnos. Una vez logré un tercer puesto, ante el incentivo de un familiar, quien prometió regalarme un reloj de pulsera si quedaba entre los tres primeros, lo cual hice. Practicaba, a la vez, mucho deporte, ya sea a la entrada o salida del colegio, o en los recreos. Participé en los equipos deportivos de mi clase y en varias oportunidades representé al colegio jugando al fútbol. Las dos horas que teníamos de gimnasia eran las más esperadas de la semana. Allí practicábamos varias disciplinas deportivas como gimnasia, básquet, voley, natación, atletismo, etc.


La actividad más esperada a fin de año, eran los Juegos Florales. Cada grado presentaba a sus mejores representantes del campo artístico, tanto en lo poético, musical y teatral ante familiares y amigos. En una ocasión, tal vez en cuarto de primaria, formé parte del elenco, en la representación de la obra de teatro "Los sobrinos del tío Canuto". Esta se presentó a fin de año con mucho éxito. Durante la preparación se formaron dos grupos y tuve la dicha de representar la obra ante varios salones de clase, en el auditorio del colegio. Allí pude experimentar lo que significa el contacto del actor con el público espectador y lo agradable que es percibir los aplausos y risas que la obra suscita. Así pasé los primeros años escolares, dividiendo el tiempo entre los estudios, la práctica de los deportes, paseos, campamentos y diversiones sanas.


Un hecho que conmocionó mucho a mi familia fue cuando un 4 de agosto de 1970, recibimos la triste noticia del extranjero, acerca de la muerte, por un infarto, del tío Miguel Yrivarren Abeo, quien pertenecía al servicio diplomático de nuestro país. Esto ocurrió en el momento que se preparaba para su regreso a Lima, luego de una prolongada ausencia. Ese día, todo a nuestro alrededor, era llanto y desconsuelo. Al llegar a casa del colegio, encontré la puerta abierta, y recuerdo aún, ver a mi papá y sus hermanos llorar como niños. ¡Qué imagen tan dolorosa ver llorar a un padre, y saber en ese momento, tan poco acerca de la muerte! Confieso que a los trece años, aún no tenía conciencia de lo que la muerte era y sabía muy poco acerca de su significado. Incluso no conocía aún ningún cementerio y recién 6 años después, lo haría para despedir a papá.


Estoy convencido, que uno debe conversar, con los niños, acerca de la posibilidad de la ocurrencia del deceso de algún familiar cercano, haciéndoles ver lo natural que la muerte es, a pesar del dolor que ésta conlleva, para que de esta manera, no les sorprenda cuando ocurra, y evite o aminore el dolor que ella causa.


Poco tiempo pasó, para que mi tía Juana Giorza, la viuda del tío Miguel, a quien llamamos Juanita, y quien fue mi madrina de bautizo, llegara del extranjero con mis primos. Miguel, su hijo mayor, quien vivía con nosotros, en esos días, ante la inminencia del retorno de su padre, tuvo que viajar a Liverpool, Inglaterra, para repatriar el cuerpo de su papá y acompañar a su madre y hermanos de regreso a su patria. Pronto se vio la solidaridad de la familia y no pasó mucho tiempo para que todos ellos se acomodaran entre nosotros. En los altos de la casa, sus cuatro hijos varones, Juan Miguel, Juan Luis, Marco Antonio y Enrique; y en casa de la tía Cachito, Juanita con sus dos hijas, Denisse y Eliana. Permanecieron en nuestra casa mientras se ubicaron y se establecieron en su departamento. Para ello esperaron, que desocuparan el departamento, que ellos alquilaban mientras vivían en el exterior. Mis primos vinieron de Europa con ideas nuevas. La libertad que gozaban y su contacto con otras culturas, les dieron muchas ventajas respecto a nosotros. Aquí teníamos prejuicios, que ellos habían superado hace mucho tiempo. También habían vivido antes en Japón y otros países. Nuestra vida de algún modo perdió paz ante todos éstos acontecimientos. Literalmente revolucionaron nuestro entorno.


En una actividad que realizamos en el año 1972, sucedió algo inesperado y dramático; particularmente para los que estuvimos cerca de Rómulo Franciscolo Ramos, compañero de sección, que asistía por primera vez a un campamento organizado por el colegio. Cuento este hecho, como testigo excepcional del mismo, pues junto a otros compañeros, lo acompañábamos, en una localidad cercana a Chosica donde habíamos salido de caminata, con el objeto de conseguir y seleccionar alguna flora de la zona, para poder realizar un trabajo para el curso de biología con el hermano Barsen. Ya cansados, decidimos regresar, pero uno de los siete u ocho, del grupo de 10 ó 15 que habíamos salido, no vio mejor opción que intentar pedir a alguien desconocido, nos lleve en su automóvil. No pasó mucho tiempo cuando una camioneta de la entonces Compañía Peruana de Teléfonos que pasaba por la zona, se detuvo para llevarnos. Subimos despreocupados, sin imaginar el desenlace futuro. Al cabo de un tiempo, en la camioneta pick up, la mayoría nos dimos cuenta, que el chofer quería gastarnos una broma, pues a pesar de que nosotros le señalamos que ya se había pasado del lugar, decidió continuar su trayecto en la carretera central, hacia Lima. Rómulo, atemorizado porque nos llevaba más allá del campamento, y en un acto en el cual la razón no le acompañó, se arrojó del vehículo, ante la sorpresa de todos, cuando el vehículo iba a más de 70 Km. por hora. A pesar que la fatalidad rondó el lugar, Rómulo logró sobrevivir y se reintegró al colegio, un año después. Por supuesto, nadie sabía lo que iba a pasar en aquellos segundos, en los cuales se evidenció la inseguridad e inestabilidad emocional por la que pasaba nuestro compañero. Estas situaciones, aunque son imprevisibles, cuando suceden deben ser manejadas con mucha serenidad, y hay que estar atentos y preparados para actuar con la cabeza fría ante un hecho similar.


A la edad de 16 años, recién empiezo a salir a algunas fiestas con amigos del colegio. En una de las primeras, cerca de casa, me sentí muy incómodo. Estaba desorientado por el ambiente que allí reinaba. La música frenética, el licor, el humo, y los bailes se combinaban en una armonía que no entendía. Recuerdo que me retiré al poco tiempo, sin dar mayores explicaciones, envuelto en una nube de pensamientos, y viendo en contraposición, como otros se sentían tan cómodos bailando. Me encontraba inmerso en la época de la adolescencia. La confrontación de valores sucedía tanto en la sociedad como en mí; y mi vida, empieza a agitarse y hacerse parte de la realidad. Esta se presentaba, inestable, confusa y; llena de hechos y situaciones, que no me gustaría volver a vivir en las mismas condiciones.


Lo que imperaba en la juventud de aquella época era el desorden. El hipismo predominaba como sentimiento y modelo de vida. El uso del pelo largo, el alcohol, el tabaco, las drogas y diversión era muy común cada día. El amor libre y la paz era tema de inspiración de muchos cantantes de la época, como oposición a las guerras, en especial la de Vietnam. Muchos cayeron en la seducción de la fácil diversión; como una expresión de rebeldía, ante la aceleración de los cambios. La independencia, individualismo y a la vez protagonismo, empiezan a querer tomar parte de nuestras vidas.


En el primer quinquenio de la década del 70, la droga de moda era la marihuana. Muchos de los estudiantes de secundaria de los colegios de Lima la consumían como diversión, aunque también algunos más osados, la empleaban como negocio. Fue muy triste y vergonzoso, ver como algunos miembros de mi familia y amistades, caían en la tentación del consumo de drogas; pero a mí la conciencia me decía, que aquello no era bueno.


Yo, no fui ajeno a la realidad y valores que imperaban, y me fue imposible mantenerme al margen de su consumo, a pesar de que al principio me molestaba y dolía mucho el saber que otros lo hacían, se presentaba como algo natural y divertido por lo que fui en ocasiones presa de ésta tentación. Mantuve no obstante, una prudente distancia y luego de pocas veces la dejé, porque no me reportaba bien alguno, y también porque no sentía ninguna sensación agradable, más bien puedo decir que sentí sensaciones desagradables que hicieron que muchas veces huyera de las ocasiones que se presentaban y de quienes la ofrecían.


Muchas veces el medio o círculo que uno frecuenta le encierra y envuelve a uno. El no seguir el consejo de mi conciencia fue la causa por la cual muchas veces fui tropezando, cayendo y levantándome, aunque no siempre sin dolor. Eran días de cambio y angustia para la sociedad en general. Los amigos del colegio, nos reuníamos despreocupados, en forma evasiva, especialmente en verano, para pasar el rato y divertirnos; yendo a la playa a correr tabla y otros tan sólo a ver el sun set. Corrían los años 1973 y 1974, y tan sólo el deseo de mantener las amistades, me hacía tolerar a aquellos, que utilizaron la droga como refugio. Es importante destacar que hubo algunos, que a pesar de salir en grupo, se mantuvieron al margen ante esta amenaza tomando conciencia a tiempo, que es algo muy malo y peligroso, para la vida misma.


Como nos lo dijera años más adelante, en nuestras "Bodas de Plata", el hermano Barsen, maestro renombrado del colegio, que llegó a ser Provincial de los Maristas en el Perú, la época que vivimos, fue una época muy difícil y desagradable: y que no pudo ser evitada; que ellos, los maestros, sabían que eran tiempos difíciles, y que a pesar que ellos tenían identificados a los alumnos que la consumían, poco podían hacer, pues en ese entonces, no se podía luchar contra la corriente y la moda que imperaba.


Sólo en una oportunidad en una de las salidas en grupo, por las calles de Miraflores, y seguramente, luego de ver alguno de los partidos de basketball de interescolar, me sentí muy mal, con el pulso acelerado y con un adormecimiento general del cuerpo. Estuve sin poder moverme por un lapso de dos o tres horas, y aunque no estaba inconsciente, me costaba mucho movilizar los brazos o piernas, y al intentarlo parecía que lo hiciera en cámara lenta; también veía pasar gente que se acercaba y luego se iban. Felizmente, la Providencia quiso, que una señora y su hija, se compadecieran de mí, y aparcando su automóvil, me ofrecieron llevarme a mi domicilio, cosa que acepté. Me condujeron hasta la puerta de mi casa, o mejor dicho frente a ella, y luego de llegar a mi habitación, continué con los efectos hasta la mañana siguiente. En algún momento pensé, que sería conveniente contarles a mis padres lo sucedido, y decirles quienes eran los compañeros con quienes me juntaba, pero fue algo que nunca hice.


Una preocupación muy común en la adolescencia es el interés que se desarrolla, por el sexo y la sexualidad. La forma cómo fui aprendiendo del sexo fue a través de conversaciones con amigos. Ellas no estaban libres de las fantasías propias que el conversador de turno a uno le proporcionaba. La información que tuvimos en esos años respecto a esos temas fue limitada, y fue más grande el deseo que se incrementaba al ver revistas, fotos y películas no aptas para menores. Muchos, alguna vez falsificamos la edad del carné escolar, o le dimos una propina extra al encargado de controlar el ingreso al cinema. Estas revistas y/o películas pueden ser muy dañinas para personas que no tienen ningún conocimiento del tema, por la forma como enfocan esos asuntos y también porque presentan y adelantan situaciones vividas en otros países y que luego tratan de ser imitadas. Nosotros recibimos una información muy limitada, y sólo en quinto de media, se nos dio alguna orientación en cuanto a normas de higiene y prevención de enfermedades. Había mucho temor de parte de los educadores al enfrentar estos temas.


Hoy en día, la situación cambió radicalmente, y la información que está al alcance del adolescente actual, casi no tiene límites, ello, debido a la apertura de las comunicaciones y en especial al auge que ha cobrado el Internet. Hoy, los padres y maestros, deben luchar, por canalizar la forma cómo llegue ésta información y hacer que puedan diferenciar la información científica de la que no lo es y no sirve. Hoy la posibilidad de establecer contactos con otras personas es real y también es alta la posibilidad de contraer la enfermedad del SIDA u otras ETS.


El año 1974 se presentó como un año de expectativas y definiciones. Fue el año de nuestra despedida del colegio. Todo fue muy acelerado y difícil. Los que pudimos evitar la "purga" del año anterior, quedamos golpeados emocionalmente, porque muchos compañeros reprobaron el año anterior. A otros los expulsaron y otros se fueron por su iniciativa. De las tres clases con 40 personas cada una, quedamos sólo alrededor de 25 alumnos por cada clase. Los cursos en el colegio se tornaron más exigentes. Incluso, el profesor principal, que tuve en quinto de media inició su discurso con la frase: "Queridos sobrevivientes..."


A la mitad del año, mi padre pudo recién comprarme los anteojos que necesitaba desde el año anterior. Debido a ello, obtuve malas calificaciones en los cursos de química y trigonometría, en el primer trimestre. Al finalizar el año tuve un incidente con el profesor Brunello, que enseñaba éstas dos materias. Como no quería salir reprobado en ambos cursos, decidí dedicar todo mi esfuerzo al estudio de química y no dedicar esfuerzo alguno al estudio de trigonometría, cosa que el profesor, lógicamente no vio con buenos ojos. Para aprobar química necesitaba sacar promedio catorce en los dos trimestres que restaban. El segundo trimestre lo logré y no hubo problema alguno. En el último examen del tercer trimestre hice un reclamo respecto a la calificación, sin embargo, el profesor no quiso cambiar a la nota que me correspondía y con ello me desaprobaba en los dos cursos. Ese día sentí gran impotencia y cogí mi examen y salí de la clase diciéndole una lisura al profesor, luego me dirigí al Director del colegio, con los ojos llorosos, explicándole la injusticia cometida. El Director intercedió y logré la nota aprobatoria en el curso de química. Hechos como éste, me dejaron un sabor amargo, y me costó mucho tiempo el superarlo. Pienso que todos alguna vez pasamos por esta clase de experiencias, donde no nos damos cuenta, o no tenemos el alcance real de lo que nuestra acción causará.


De niño, fui siempre pacífico y manso y gozaba de exceso de tiempo y poca vigilancia. Quien podría creer que el "corderito" de papá, podría jugar en sus tiempos de ocio de la siguiente manera: En casa me gustaba pasar a través de una ventana de tres cuerpos haciendo equilibrio, saliendo por un lado y atravesando el lado fijo, para salir por el otro lado de la ventana, que daba al jardín de la casa del vecino; exponiéndome a caer desde un segundo piso. Por esta misma ventana arrojé junto a Ricardo, avioncitos de papel encendidos al jardín de la casa de su abuela sin imaginar que ello provocaría que una silla que estaba abajo se queme. Otra locura, que felizmente no llegué a consumar, fue cuando intenté en el baño, y a puerta cerrada, cortarme con una tijera de mamá, lo que yo pensaba eran unos pellejitos que sobraban en la boca, debajo de la lengua, sin saber que eran las glándulas salivales. En otra ocasión, después de un triunfo de la selección de fútbol, pasé por encima de un automóvil que avanzaba a poca velocidad ante la sorpresa del conductor y los que allí iban.


El 3 de octubre del 1974, se produjo en Lima, un terremoto que remeció a la ciudad por cerca de dos minutos y durante el resto del año se sucedieron muchas réplicas. Ese año, adicionalmente, se produjo el fenómeno del Niño y hubo sol y calor sofocante por mucho tiempo. Llegó el fin del año 1974 y con ello la despedida del colegio. Nuestra fiesta de promoción se llevó a cabo con la animación de la orquesta de los hermanos Silva; cosa que era tradición en esa época, para los alumnos del Champagnat. Tuvimos que vender calcomanías para reunir fondos y completamos la diferencia con el aporte de nuestros padres. Fui a la fiesta, que se realizó en el club de Petroperú, con Aracelli Díaz Ortiz, quien aceptó la invitación que le hice tan sólo con un par de días de anticipación, sabiendo que otra amiga, a la que había invitado primero, se excusó de asistir. Mi hermana Patricia, fue invitada a nuestra fiesta por Alfredo de la Puente. La fiesta no me divirtió como a todos.


En Agosto de 1975 ingresé a la Universidad de Lima. Me había preparado en las academias San Ignacio de Loyola y La Sorbona, en Miraflores, pero en ambas no terminé la preparación porque no podía continuar con el pago; luego, por mi cuenta, desarrollé ordenadamente el prospecto de admisión, ajustándome a un horario que cumplí disciplinadamente. Ya, en la universidad, aprobé satisfactoriamente todos mis cursos del primer ciclo.


En marzo del 76, mi padre me presentó al Jockey Club del Perú para trabajar como empleado eventual, los días de carreras hípicas. Fue una bonita experiencia y logré ahorrar algo de dinero, que era más que suficiente para cubrir mis gastos personales; para comprar el material de estudios; y en especial, para aliviar en algo a papá. Iniciaba una etapa que se presentaba como un reto: trabajar y estudiar simultáneamente.


Conocí Ticlio, cerca de Lima, donde aprecié las cumbres cubiertas ligeramente por nieve por primera vez. Juan Luis mi primo manejó el automóvil Mercedes que era de los padres de su novia Pilar; también fueron Javier, Rafael y Juan Carlos. Pese al poco tiempo que me quedaba disponible, en los fines de semana practicaba fútbol y frontón. También gustaba de ir al cine, o reunirnos en algún chifa, o pizzería, para tomarnos algunas cervezas. En el tiempo de universidad frecuentaba a Wilfredo Cáceres, Javier Cossío, Alfredo de la Puente, Roberto García, Gustavo Infante, y Carlos Santolaya, entre otros. A manera de broma nos llamaban "el grupo de los siete" pues salíamos generalmente juntos. Estudiábamos en universidades diferentes, pero cuando podíamos nos reuníamos para pasar el tiempo sanamente. Fuimos a muchas fiestas y pasamos varios años nuevos en común tanto con las amistades de las hermanas de Wilfredo o las de mi hermana Paty.


En el año 1976 falleció mi padre, tras una corta pero muy penosa enfermedad. Yo no podía creer y menos comprender, cómo pudiera morirse la persona a quien más amaba. Cuando Luis, hermano de papá, me dijo que su enfermedad era irreversible, me reí nerviosamente. No lo aceptaba. No lo podía creer. La situación, se complicó en gran medida. Incluso amigos de mi hermana Marcia ayudaron para cubrir gastos inmediatos del sepelio, tras su muerte. Aunque yo contaba con ingresos propios, no alcanzaban ni para cubrir mi pensión de la universidad; además la estrechez del presupuesto en casa era cada día más agobiante. La Universidad de Lima, era una de las más caras y exigentes de la época y no contaban con ningún seguro para cubrir una eventualidad como esa. En aquella época pedí ser recategorizado, pero sólo accedieron a bajarme una categoría. ¡Qué decepción! Tuve que seguir en la universidad pagándola con mi trabajo y casi sin la ayuda de mis hermanos. El esfuerzo que yo realizaba era grande. A los 19 años de edad, me encontraba, en la etapa de la vida, cuando el tiempo parece valer mucho más. Yo no quería dejar nada para más tarde y quería cumplir las cosas en plazos determinados. Me encontraba en una carrera desenfrenada por conseguir mis objetivos y continué asistiendo a clases, sin contarle, casi a nadie, lo que me sucedía.


Hoy comprendo la preocupación de mi padre en sus últimos momentos de dejarnos tan jóvenes, y que veía estaba repitiéndose lo que le sucedió a él. Por un momento pasarían por su mente todos los problemas que se nos presentarían, porque ya no contaríamos con su presencia para salir adelante y su ayuda para enfrentar las dificultades। El golpe fue duro y en un principio, aparentemente creí haberlo asimilado; sin embargo, tardaron más de 15 años para que la pena y el dolor sentido por su ausencia desaparezcan. Sólo cuando comprendí que su recuerdo era lo importante, y que éste permanecería siempre entre nosotros el dolor cesó.


La situación que vivía, y el esfuerzo inmenso que tenía que hacer mi madre con las labores de casa me preocupaban. Yo llevaba las cuentas de la casa, tal como mi padre me lo encomendó cuando estaba enfermo de cáncer, a pesar de que mis dos hermanos varones vivían conmigo. No pasó mucho tiempo para que Rafael se casara. El matrimonio se produjo en 1977, en la Iglesia San José, de Miraflores. Había hecho un noviazgo largo de siete años con Victoria Hernández Moya, que era Testigo de Jehová. En casa quedamos con mi madre, Eduardo, y Patricia, que aún no terminaba el colegio.


La familia de la novia de Rafael organizó una fiesta a la que asistieron ambas familias y algunas amistades. Luego de 7 años se deshizo el matrimonio porque ella se enamoró de un compañero de trabajo. Los errores que se cometen en el matrimonio son responsabilidad de ambos cónyuges. El matrimonio exige mucho sacrificio. Por ello cuando una de las partes, o ambas, no lo realizan, fracasan como pareja. La felicidad en el matrimonio se da cuando se vive en función a los hijos; preocupándose por su desarrollo tanto material como espiritual.


Este mismo año falleció la abuelita Josefina, cuando aún no había pasado un año de la muerte de mi papá. Marcia, con su esposo Yolvi, y sus hijos vinieron a vivir a casa para prestarnos apoyo, mientras construían su nueva casa.


El continuo suceder de las cosas exigía de mí decisiones para las que emocionalmente no estuve preparado. Analizando la situación en retrospectiva pienso que debí trasladarme a una Universidad Nacional con el fin de concluir mis estudios y adecuarme a mi nueva realidad. Esto hubiera cambiado radicalmente mi vida en aquella época y la actual. Los prejuicios que tenía acerca de lo que era una Universidad Nacional y el desconocimiento de los problemas que me sobrevendrían me impidieron adoptar esta decisión, que era en realidad una necesidad. Mis prejuicios de miraflorino, criado en buen colegio, me condicionaron a querer concluir mis estudios en la Universidad de Lima. Pienso también, que no estamos en la vida para arrepentirnos de lo sucedido, sino para proceder con decisión a partir del presente, aunque en la medida de lo posible, es importante anticiparse al futuro.


Concluía 1977 y me encontraba dedicado a los estudios con esmero. El trabajo y la vida social agitaron mi vida. La vida familiar también empezó a cambiar. Cada uno tenía sus preocupaciones y mis hermanos, Eduardo y Patricia, pensaban en casarse.


Yo en cambio, permanecía solo y no tenía una relación sentimental seria. Había algo que lo impedía y no me daba cuenta o más bien lo ignoraba. Yo mismo me encargaba de alejarme cuando veía alguna muchacha muy interesada en mí. Mientras tanto busqué la diversión pasajera que no llegara a comprometerme, demostrando una evidente incapacidad emocional.


Escribir poemas con regularidad me ayudó a expresar sentimientos acerca del amor, lo bello, lo ético, lo divino, etc. También me sirvió para alejarme un poco de las gentes y gozar de la soledad. Sin embargo, el escribir poemas, me condujo a estar inmerso en estados de ánimo alterados, por el esfuerzo y dedicación que representa materializarlos y, que en ocasiones minaron mi salud. Esto cambió radicalmente con el correr del tiempo, debido a que fui adquiriendo alguna técnica para su elaboración, esto fue cuando pude separar la parte afectiva del escribir. Ya no necesitaba vivir totalmente la poesía, sino que ahora fluía de manera más natural, sin necesidad de que a mí me suceda lo escrito.


Mi primera relación sexual ocurrió en un prostíbulo de la carretera central, más conocido como el 5 ½, donde acudí ante la presión de los amigos, y también para satisfacer los deseos y curiosidad que tenía desde hace varios años atrás. Una vez culminada esta primera experiencia, me di cuenta que había sobredimensionado mis expectativas y que había realizado un acto sexual en forma casi mecánica y que la gratificación momentánea se veía opacada por un sentimiento de culpabilidad, que me dejó un sabor amargo.


Desde 1973 creímos haber establecido una comunicación con Dios mismo. Actuábamos con Rafael mi hermano en nuestros tiempos de ocio e inquietud espiritual, como médium. Nunca creímos comunicarnos con espíritus ni nada parecido. Suponíamos era Dios mismo quien nos hablaba. Muchas cosas bellas se dijeron en aquellas reuniones hasta que nos atrevimos a contarle a nuestro padre, quien se encontró muy entusiasmado con nuestro hallazgo, y esto porque con sus hermanos practicaban esta comunicación desde antes, y ahora creían se aproximaba un tiempo distinto para la humanidad. Al poco tiempo se unificaron la reunión de los mayores con las nuestras.


Papá participó, durante muchos años, con sus hermanos, Luis y Encarnación, y su cuñado Enrique, en estas reuniones. Esto se inició como una necesidad de búsqueda y el deseo de comunicación con su padre Juan Luis, fallecido años antes. Mi madre se mantuvo, por muchos años al margen de ellas, y así lo hicieron también, otros miembros de nuestra familia. A los niños siempre se les trató de ocultar pues consideraban que no estábamos preparados para entender su contenido. Este misterio escondido en el seno de nuestra familia salió a la luz.


Alrededor de nuestra inquietud, sin darnos cuenta, se congregó, poco a poco, toda la familia y muchas amistades. Me parece increíble, que hubo ocasiones en que las reuniones contaron con más de 40 personas asistentes. Todos estábamos entusiasmados y constituimos un grupo de 33 personas, llamado "Cristianos en Cristo". Puedo decir, que lo allí comunicado fue impresionante. Incluso enviamos dos cartas al Papa Paulo VI, aunque a decir verdad, nunca supimos si las recibió o se interesó en ellas. En una oportunidad, el padre Cordero de los Carmelitas, celebró una Misa en la casa para el grupo. Él tuvo conocimiento de nuestras reuniones y mostró una mente abierta y comprensiva ante ello.


Teníamos una gran inquietud religiosa o preocupación moral, que caracterizaba el espíritu sensible de nuestra familia; y que a pesar de que sabíamos nos habíamos apartado del camino aconsejado por la Iglesia, en esencia, buscábamos lo mismo, es decir, la palabra de Dios.


Luego de un tiempo, Rafael mi hermano, fue el primero en apartarse de las reuniones. El deseo por conservar su matrimonio fue determinante para tomar su decisión. Además el tenía una marcada formación religiosa que se contraponía con éstas ideas. Poco a poco, como él, muchos, nos cuestionamos si realmente ésta comunicación era realmente positiva y cierta; en parte porque encontrábamos oposición de muchas personas, y por el hecho de que varios miembros de nuestra familia, que participaron de las reuniones, vieron resentida su estabilidad emocional. Al poco tiempo también me vi afectado en mi salud física y emocional y decidí alejarme definitivamente de las reuniones. Al tamiz del tiempo, pienso que es muy difícil abrir nuevos caminos y lo mejor es seguir creencias sólidas, establecidas a la luz de la experiencia de muchos siglos.


En esta época de mi vida convergieron alrededor de mi vida muchos problemas, que me causaron preocupación, y ante los cuales no supe o pude, darles solución oportuna. En esos días, mi hermana Patricia se le presentaron muchas dificultades, que me preocuparon mucho.


Así, cuando me preparaba para rendir los exámenes de fin de ciclo en la Universidad, en Junio de 1978, se produjo en mí un desgaste emocional y físico, que rebasó mis límites. Fui evaluado en el hospital Cayetano Heredia, donde hacía sus prácticas de medicina, mi primo Juan Luis, porque presentaba dolores abdominales. Luego de varios análisis se estableció que orgánicamente no tenía nada. Luego de un tiempo presenté irritabilidad y celeridad en querer hacer las cosas. Vinieron a mí pensamientos nunca antes presentados, que alteraron mi vida normal. Ante ello, mis familiares, creyeron por conveniente evaluarme psiquiátricamente. En un principio me evaluó un doctor recomendado por Lucho mi tío, quien me recetó medicinas para ser preparadas en una botica limeña. Su consultorio era un desastre, no había cita previa y al llegar uno se sentaba en sillas que rodeaban las paredes de una habitación, donde había no menos de 30 personas esperando para llegar a consulta. Este ambiente y las propias medicinas alteraron aún más mi estado anímico. Por otra parte el tener que dejar el trabajo del Jockey y mis estudios en la Universidad, agravaron mi situación. Tan sólo llegué a dar un examen de los cinco o seis que tenía que rendir porque luego del primer examen fui atendido de emergencia por un reconocido neurólogo limeño, para calmar la euforia y desesperación producida en mí, por no poder cumplir con mis obligaciones. Él volvió a poner mi mente en orden, recuperándome momentáneamente, sin darme cuenta que tenía una enfermedad subyacente. En ese estado gestioné para que me brinden la oportunidad de rendir los exámenes que me faltaban en una fecha posterior, lo cual sólo logró empeorar las cosas, pues en vez de descansar, como debía, tuve adicionalmente, la preocupación de estudiar en casa.


Llegó la fecha y no pude rendir los exámenes, lo cual fue un duro golpe para mí porque además me retiré de la universidad. Fui llevado por recomendación de mi primo con el entonces Jefe de Psiquiatría del Hospital Obrero, doctor Oscar Valdivia Ponce, con quien tuve un largo tratamiento, en sesiones privadas, al principio semanales, luego cada quince días y después mensuales. El tratamiento exigía muchos gastos por la sucesión de consultas y el costo de los medicamentos que necesitaba.


Tengo que agradecer a mi madre y a mis hermanos, que colaboraron para que salga adelante. Ellos me alentaron siempre y colaboraron de manera activa para que me restableciera pronto. Fueron los únicos en la familia que estuvieron a mi lado, con su apoyo y visitas constantes, cada día que les era permitido. A ellos les estaré eternamente agradecido porque fueron quienes más sufrieron cuando algún médico, les dijo que era poco probable que me restablezca con todas mis facultades.


Quiero en esta parte del relato pedir perdón a todas aquellas personas que hice sufrir y afecté de alguna manera u otra con mi comportamiento irracional. Les agradezco a todos aquellos que dedicaron su tiempo y pusieron su paciencia a prueba conmigo. De igual manera disculpo a todos aquellos médicos, enfermeras y personal auxiliar que no siempre comprendieron en qué situación me encontraba; también a todos aquellos que se apartaron de mí, se burlaron o que simplemente me voltearon la cara para no verse afectados; a todos ellos, les digo que tal vez yo hubiera actuado con la misma indiferencia.


Pasé los años siguientes en tratamiento continuo. En un principio, el doctor Valdivia recomendó que acuda al Hospital de día del Obrero, donde él trabajaba y donde había un programa de terapia ocupacional. Allí permanecí menos de una semana pues no me acostumbré a las condiciones y ambiente en general. Por tanto, la recomendación del médico fue el internamiento en alguna clínica afiliada al seguro. Mi familia dispuso que fuera internado en la clínica Pinel. Allí estuve algo así como dos meses. La experiencia fue dura pero conveniente. Compartí el diario vivir, con gente que no conocía pero que padecían similares enfermedades y que incluso tenían problemas mayores que el mío. Vi aplicar terapia de electroshock, cosa que me daba espanto de pensar me podía suceder a mí. Felizmente, el doctor que me atendía no acostumbraba a su uso; además mi familia no lo quería. Aprendí mucho respecto a mi enfermedad y al comportamiento que debía seguir.


Comprendí que para salir del problema en el que me encontraba, tenía que ser yo mismo quien haga el mayor esfuerzo. Tenía fe en mi capacidad de superar lo que padecía y quería demostrar que no hay enfermedad que no pudiera ser vencida, aún cuando ésta sea psicológica.


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